CASTILLO ABADIA DE MONTEARAGÓN.

Tras pasar el EstrechoQuinto en dirección a Huesca, casi miras más el velocímetro del coche que la carretera debido a la abundancia de radares en ese tramo, y de mirar el paisaje ya no te cuento, ¿paisaje?¿qué paisaje?

Cuando voy de copiloto, soy un espantoso copiloto por cierto, me empapo de vistas mirándo aquí y allá y descubriendo cosas que, aun estando allí desde ni lo sé, nunca las has visto. Y no es de extrañar sugerir una breve paradita, aunque sea de aquellas maneras, porque quieres tomar una foto o, si el tiempo acompaña y el reloj no protesta demasiado y llevas un par de trastos de dibujar, ensuciar un papel con alguna tontería de esto o aquello.

Esta tarde, que parecía que iba a caer el diluvio pero, como casi siempre en esta tierra, han sido cuatro gotas, he aprovechado para estrenar la pluma estilográfica Hero593, que compre hace unos días y que me llegó ayer, garabateando en un papel Canson de ese todoterreno, que se vende para todo y luego no vale para nada.

El Castillo de Montearagón, o mejor debería decir sus ruinas, saluda a los viajeros desde su promontorio. Construido para reconquistar la Huesca medieval, luego convertido en poderosa abadía, panteón real y, más tarde, venido a menos por esos avatares de la historia que no tienen explicación por más años que pasen.

Lo dicho, Tinta china con pluma sobre Canson y, luego en el estudio con cervecita y buena música, acuarelas Schmincke, sin prisa. Eso.